Por Ricardo Díaz de la Vega
Recuerdo que cuando joven leí el libro “La Rebelión de Atlas” de Ayn Rand y quedé profundamente sorprendido por la forma en que la escritora iniciaba las primeras líneas de su novela preguntándonos a manera de profecíapor quien luego se convertiría en su mayor personaje legendario, paradigma del mundo con el que ella soñaba:“¿quién es John Galt?”. Sin lugar a dudas y con la misma seguridad del que puede distinguir entre el talento y la improvisación o entre lo natural y lo artificial debo empezar estas líneas preguntando ¿Quién es Julián de la Chica?
Si algo puede decirse sobre “El Vagabundo del Piano”, como el público ha bautizado cariñosamente a Julián de la Chica,es que por mucho que su vida pareciese un mito, una leyenda o ficción,es que él sí es un personaje real y su vida más que todoes una sucesión de realidades inigualables que al plasmarlas en blanco y negro nos imponen situarnos dentrode una perspectiva de mil dimensiones.Julián a través de sus propias vivencias nos lleva por situaciones, lugares, historias y travesías que bien podrían servir de modelo para cualquier novela y tal vez es por eso que Julián-proponiéndoselo o no-ha conseguido acercarse al personaje con el que muchos sueñan pero que además ha alcanzado la línea moral del legendario héroe de Rand, y simplementeha logrado demostrarmediante su dedicación, esfuerzo, imaginación y trabajo quién es él y cómo su trabajo significa para él un ferviente compromiso de constancia, algo que al fin y al cabo es lo que distingue a los genios
Su romance con la música comienza desde los cuatro años cuando empieza a tocarel piano bajo la dirección de su entrañable profesora Martha Londoño y quien le enseñó las vocales y el abecedario musicales. Luego vendrían sus estudios con otros profesores para mejorar su tecleo y solfeo hasta que ingresó al curso para niños en la Facultad de Artes de la Universidad en donde fue alumno de la gran maestra Olga González. Pero es a partir de los siete años en que Julián empieza su verdadera travesía artística al entregar su primer recital y como él siempre lo recuerda “cuando aún sus pies no llegaban a los pedales” y tuvo que vestirun frac que su mamá se lo había alquilado por dos dólares en una tienda de disfraces. Después vendrían los subsecuentes conciertos que desde entonces se intercalaban entre la vida del niño estudiante y el prodigio al que todos festejaban por su gran talento:en las celebraciones internas de su escuela, en las competiciones que en ella se daban, en los recitales de clausura, de navidad y año nuevo, en todos ellos encontrábamos a Julián siendo parte de una vida que le tocaba vivir debido al don con el que había nacido.
Su primer gran recital fue a los catorce años y éste se dio ante un auditorio que estaba abarrotado pormás de dos mil personas. Su presentación estuvo compuesta por un repertorio clásico debido a que en esta época Julián vivía enormemente influenciado por los compositores románticos ysolía escuchar muchas operas, pero fundamentalmente a Beethoven. Sin embargo desde su primer concierto ya se podían vislumbrarlas variaciones y propuestas personalesque más tarde identificarían al genio. Después llegarían más conciertos que solamente serían el principio de una carrera que no conoce el límite. Es desde ese entonces que Juliáncomienza a definir su propuesta artística y a aclararla forma de comunicación que deseaba entrelazar con el público y para ello necesitaba encontrar un nuevo sonido, que si no fuera algo nuevo al menos sería algo mucho más personal.
Su fama de chico prodigio pronto llegaría el gobierno local y fue invitado a participar en el gran concierto de la Copa América en la sede de Manizales y en el homenaje al periódico más importante de la ciudad. Estos conciertos serían enteramente al aire libre y le darían a Juliánpara siempre el título de ser uno de los pioneros, sino el primero, en tocar con un gran piano de cola teniendoa la noche y las estrellas como telón de fondo. Una anécdota que dejaría una profunda huella en la vida de Julián fue el concierto que ofreció en el cerro San Cancio, el cerro más emblemático de la ciudad de Manizales, dondea la cúspide del cerro en una noche gélida y acompañado únicamente de un piano de cola tocó el Claro de Luna de Bethoven bajo una hermosa luna llena que lo iluminaba. Desde ésa noche Julián no fue el mismo y comprendió que su música no podía seguir los mismos parámetros que la de otros artistas. Al regresar a su casa estaba convencido que llevaría su arte a donde nadie la había llevado y que no había vuelta para atrás en su decisión.
Historia a Julián de la Chica:
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